Fuímos un grupo de 17 personas de varios países que harían un excursión de dos días visitando islas en el Lago de Titicaca. Comenzamos por visitar una de las 44 islas flotantes de los Uros, que se encuentran en la bahía de Puno, aproximadamente a 30 minutos en barco desde la ciudad. Estas islas son artificiales, contruidas con totoras, un tipo de caña que crece en el lago, por los habitantes que viven allí. Sus cabañas, sus muebles y sus barcos están también hechos con el mismo material que, igualmente, se come. Durante nuestra visita probamos totora fresca que no estaba mala.
La vestimenta pinoresca de las mujeres nos pareció un poco turística y los habitantes de esas islas, unas 2000 personas, dependen mucho del turismo. Viven también de la pesca y de la caza de pájaros. Nuestro guía nos contó mucho de las costumbres de estas comunidades.
Continuamos nuestro viaje con el barco unas tres horas y llegamos a la isla de Amantani. Como Amantani está más lejos de Puno no había muchos turistas. Esta isla tiene aproximadamente 6000 habitantes que se dedican a la agricultura y a la pesca. Allí pasaríamos la noche en la casa de una familia local. En el puerto fuimos recibidos por un grupo de mujeres que irían a acogernos en sus casas. Nosotros fuímos con Angelica, la madre de su familia. En la casa vivían también su marido Angelino y su hija Irma con el bebé Jefferson de tres meses, que Irma llevaba en un mantón en la espalda.
Cuando nos habíamos instalado en nuestra habitación el almuerzo se sirvió en la cocina.
La mama Angelica estaba sentada al lado del fuego en un bajo taburete en el suelo preparando una comida que consistió en sopa de verduras y una ensalada de queso y frijoles. Con esta bebimos un mate de muña, que es una planta local. La comida estuvo muy buena. Los habitantes de Amantani comen casí solamente alimentos vegetales, lo que nos convino. Entonces no tuvimos que inquietarnos por alimentos curiosos. El idioma que se habla en la isla es el quechua, pero Angelino y Irma hablaban también español. Pudieron contarnos de la vida en la isla. Tenían tambíen curiosidad por saber algo de nuestro país del cual, seguramente, nunca habían oído hablar.
Por suerte llegamos a Amantani al mismo día que “los cumpleaños” de la isla se celebraron con una gran fiesta. En realidad, la fecha correcta es el 10 de abril pero dado que este año el Viernes Santo cayó al 10 de abril la fiesta había sido pospuesta algunos días. Fue muy interesante participar en las festividades que comenzaron por un gran desfile a la plaza mayor. Había música y la gente llevaba sus trajes festivos. Las mujeres estaban vestidas con faldas muy coloridas y de mucho vuelo, hermosas blusas bordadas a mano y túnicas negras que llevaban sobre la cabeza y la espalda. Después del defile los habitantes sacaron sus bolsas de comida y echaron el contenido en alfombras puestas en el suelo alrededor de la plaza. Los hombres se sentaron en bancos a un lado de las alfombras y las mujeres se sentaron en el suelo al otro lado. Todos compartieron la comida compuesta por papas, habas, frijoles y maiz.
Unas dos horas antes de la caída del sol nuestro grupo comenzó a subir al templo de Pachatata en la parte más alta de la isla, a los 4150 metros sobre el nivel del mar. Tuvimos que hacer varias paradas para recuperar el aire y mientras tanto pudimos admirar el hermoso paisaje de la isla y la vista formidable del lago. El lago así como el cielo eran de un color azul muy intenso. Al llegar a la cima dimos tres vueltas al templo y pedimos nuestros deseos, algo que deberíamos hacer según nuestro guía. Pudimos gozar del panorama bellísimo y la preciosa puesta del sol. Pocos minutos después comenzamos a bajar rápidamente. Al llegar a la plaza la oscuridad era casi total. En la isla no hay electricidad. Nos preguntamos cómo volveríamos a la casa de nuestra familia pero Irma nos esperaba con una linterna y nos condujo a su casa.
De vuelta a casa estuvimos parados unos cinco minutos mirando el cielo nocturno. No habíamos visto nunca un cielo estrellado tan bello y con tantas estrellas. Como no había ninguna luz en la isla pudimos ver nuestra galaxia muy clara en las tinieblas. Entramos en la cocina para cenar. La cocina estaba iluminada con velas. Mama Angelica estaba de nuevo sentada en su taburete preparando la cena. Comimos por turnos. Primeramente mi marido y yo, después Angelino y Irma y finalmente mama Angelica. Hablamos un rato con la familia antes de ir a nuestro dormitorio. Tratamos de leer un poco pero teníamos solamente una pequña linterna y un trozo de vela. Era imposible leer con esta mala luz. Nos rendimos y ya a las ocho de la noche apagamos la luz. Dormimos bién pero no fue divertido tener que ir al baño en el jardín en plena noche.
Muy temprano al día siguiente nos despedimos de nuestros anfitriones simpáticos y continuamos el viaje hacia la isla de Taquile. Una hora de viaje separa la isla Amantani de Taquile. Para llegar desde el puerto hasta la cima de la isla, a los 4050 metros sobre el nivel del mar, donde estaba el centro de Taquile, tuvimos que caminar aproximadamente una hora por un sendero escarpado. Taquile era bellísima y la vista del lago espectacular. La población en Taquile mantiene la vestimenta tradicional. El traje típico para los hombres era pantalones negros, camisa blanca, chaleco negro y un gorro de lana de diferentes colores que distinguían a los hombres casados de los solteros. Para las mujeres, la vestimenta era una falda amplia y una blusa de varios colores y un largo manto negro que llevaban sobre la cabeza. Las borlas del manto indicaban el estado civil de una mujer. La isla es famosa por su tradición para tejer. Todos los hombres, “de siete años de edad hasta los setenta años” saben tejer y siempre iban tejiendo mintras caminaban. Las mujeres hilaban cuando caminaban.
Tras el almuerzo en un típico restaurante cerca de la plaza nuestro grupo decendió hacia el otro puerto de la isla donde nos esperaba el barco. Mientras bajabamos por los pesados 500 escalones de piedra nos encontramos a algunos lugareños caminando en la otra dirección y portando cargas pesadas del muelle hasta el centro de la isla. En Taquile no hay caballos ni burros y, por lo tanto, la gente local tiene que llevar todo lo que compra de fuera (cervezas, agua potable, alimentos etc) del puerto hasta el centro. Nuestro grupo de turistas dejó la isla y emprendió nuestro viaje de retorno a Puno después de dos días muy interesantes y, a mi entender, una aventura.
Britt